¿Qué debemos tener en cuenta a la hora de gestionar y organizar una escuela inclusiva e intercultural?

Rafael López Azuaga compartió hace un tiempo en redes su «Guía para la evaluación de centros educativos desde la perspectiva de la educación inclusiva«. En la entrada de hoy en Colectivo Orienta, nos trae las que para él son las principales claves para lograr una escuela inclusiva e intercultural, entre otras, dotar a los Departamentos de Orientación de suficientes recursos humanos.

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Cuando hablamos de escuela inclusiva, nos referimos a una escuela que es capaz de acoger y ofrecer una respuesta educativa no solo a todo el alumnado, sino también al resto de miembros de la comunidad educativa. Todas las personas deben recibir una educación en igualdad de oportunidades y equidad, de manera que puedan desarrollar sus competencias clave y los aprendizajes necesarios para alcanzar sus metas y desenvolverse en la vida cotidiana. Se parte siempre de las necesidades, potencialidades, intereses, motivaciones, ritmos y estilos de aprendizaje del alumnado. En cuanto a la escuela intercultural, consiste en que las escuelas deben acoger a todas las personas y tener en cuenta sus necesidades culturales, así como considerar esa diversidad cultural que nos encontramos como un valor y una fuente de enriquecimiento. Toda cultura existente es digna de ser analizada e interpretada, y se debe promover la convivencia positiva entre personas de diferentes culturas. Es para ello fundamental desarrollar en las personas competencias comunicativas interculturales, implantar planes de acogida, trabajar un currículum inclusivo e intercultural y aprender a identificar estereotipos y prejuicios, entre otros. Es habitual hablar de “escuela inclusiva e intercultural” por el hecho de que las actitudes inclusivas son fundamentales para crear escuelas inclusivas.

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Una de las metodologías de enseñanza-aprendizaje más relevantes para lograr que las personas desarrollen actitudes inclusivas e interculturales es el aprendizaje cooperativo. El alumnado participa y trabaja en pequeños grupos mixtos y heterogéneos, de manera que todos aprendan de todos, puesto que todas las personas siempre tienen algo que aportar porque todas han vivido diversas experiencias. Además, gracias al apoyo entre iguales se pueden compartir aprendizajes y afianzar otros. A lo largo de los años han surgido prácticas educativas que intentan fomentar la inclusión social y educativa de todas las personas, como las comunidades de aprendizaje, el diseño universal de aprendizaje (DUA) y el aprendizaje a partir de proyectos de Aprendizaje y Servicio (APS). Existen numerosos centros educativos que han implantado estas prácticas obteniendo resultados positivos, y hay un gran banco de referencias bibliográficas en la red que pueden servir de inspiración a los profesionales de la educación.

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Si deseamos transformar nuestro centro educativo en una escuela inclusiva e intercultural, es importante llevar a cabo las siguientes pautas:

  1. Sensibilizar a la comunidad educativa. No podemos transformar nuestro centro en una escuela inclusiva e intercultural si no existe un convencimiento ni un compromiso de la comunidad educativa en esta meta. El cambio actitudinal de la comunidad educativa es clave, por lo que en primer lugar debemos aportarles toda la información necesaria sobre este modelo educativo. Podemos empezar aportando información en los tablones de la sala de profesores, colocando carteles o aportando folletos en la entrada del centro, y por supuesto organizar charlas y talleres informativos y de sensibilización para concienciar de la importancia de apostar por un modelo de escuela inclusiva e intercultural para favorecer el desarrollo educativo y personal de todos, evitando situaciones de exclusión, discriminación y de fracaso escolar. Podemos invitar a expertos y a miembros de otros centros educativos que estén llevando a cabo este modelo educativo para que aporten sus experiencias.
  2. Transformar la participación de la comunidad educativa. En la mayoría de los centros educativos, existen unos cauces de participación como el Consejo escolar, la junta de delegados y delegadas, la asociación de madres y padres (AMPA) y el Claustro de profesores, los cuales permiten recoger la visión de la comunidad educativa y aportar ideas que pueden ser tenidas en cuenta. Pero en una escuela inclusiva e intercultural se debe intentar ir a más y lograr implicar a todos los miembros de la comunidad educativa (profesorado, alumnado, familias, personal de administración y servicios, voluntariado, entidades sociales del entorno…) en la gestión y organización del centro educativo. El modelo de las comunidades de aprendizaje presenta una propuesta muy interesante que consiste en la creación de comisiones mixtas de trabajo formadas por miembros de cada agente educativo de la comunidad educativa. Cada comisión mixta se ocupa de gestionar un área concreta, la cual surge a través del análisis de las necesidades que presenta el centro educativo de cara a lograr satisfacer los intereses y objetivos de la comunidad educativa. Hay muchos ejemplos de comisiones: Biblioteca, TIC, aprendizaje cooperativo en las aulas, atención a la diversidad, convivencia en el centro, etc. Se produce un trabajo en equipo que permite lograr mejorar la gestión del centro y dar voz a toda la comunidad educativa. Además, todos sienten que forman parte de una comunidad, es decir, se sienten “incluidos”.
  3. Aumento de la presencia de profesionales y voluntarios en las aulas. Es fundamental aumentar los recursos humanos dentro de las aulas para favorecer la atención personalizada del alumnado. En primer lugar, tal y como se explicó anteriormente, se debe fomentar las metodologías de enseñanza-aprendizaje basadas en el aprendizaje cooperativo. Previamente a ello, es importante formar al alumnado en habilidades sociales para el trabajo en equipo, así como en actitudes y valores como la tolerancia, la solidaridad, el respeto, la empatía, la asertividad, la escucha activa y la resiliencia, entre otros. También los recursos humanos deben realizar una formación previa en este sentido. Dentro de las aulas, se debe permitir la entrada de voluntariado que ayude al profesorado en la dinamización de las tareas, así como permitir la entrada de los especialistas de Pedagogía Terapéutica y Audición y Lenguaje, entre otros maestros y educadores, para que realicen sus tareas educativas y de apoyo dentro del aula ordinaria, sin tener que sacar de ésta a ciertos alumnos y alumnas para trabajar en aulas externas. Lo ideal sería trabajar actividades que permitieran que todo el alumnado participase para enriquecer y afianzar sus competencias, a la vez que el alumnado con necesidades educativas pueda reforzar estas habilidades. El profesorado debe orientar a sus compañeros/as y al finalizar las sesiones deben realizar una reflexión sobre el trabajo llevado a cabo y plantear propuestas de mejora. Se debe apostar por una cultura de colaboración, rechazando actitudes individualistas.
  4. Realizar una adecuada gestión de los recursos humanos, materiales, didácticos y espaciales. Se debe realizar un inventario con todos los recursos que necesitemos para llevar a cabo las actividades educativas programadas y para ayudar a que todo el alumnado pueda participar en las actividades educativas que planifiquemos. Realizaremos una evaluación inicial de las necesidades que presenta el alumnado y de aquellos recursos que puedan necesitar para poder fomentar su participación, rompiendo todas las barreras para el aprendizaje y la participación que pudieran surgir. Una vez analizados los recursos que necesitaremos y solicitados, deberemos reflexionar si la comunidad educativa presenta la formación adecuada para saber emplearlos de manera didáctica. En cuanto a los recursos humanos, dependiendo de las necesidades del contexto de cada aula, del número de alumnos y alumnas que presentan necesidades específicas de apoyo educativo (NEAE) y de la metodología que se llevará a cabo, se requiere contar con un número determinado de personas, tanto profesionales como voluntariado, y es algo que se debe analizar y planificar desde el primer momento, incluyendo el horario de asistencia a las aulas de los especialistas educativos. Entre los profesionales educativos que pueden participar dentro de las aulas, cada uno con sus funciones, se encuentran el auxiliar técnico educativo (ATE), el monitor de educación especial (técnico superior en integración social), el fisioterapeuta, los maestros de Audición y Lenguaje y Pedagogía Terapéutica, el educador social, el trabajador social, el orientador educativo, maestros de refuerzo y apoyo, etc. Finalmente, en cuanto a los espacios, además de coordinar el horario de uso de las diferentes instalaciones básicas de un centro (aula de informática, sala de psicomotricidad, pabellón deportivo, sala de conferencias y audiovisuales, aula de plástica, etc.), se debe valorar la posibilidad de realizar adaptaciones en la estructuración de las aulas. Por ejemplo, el método de estructuración TEACCH es adecuado para adaptar la organización de las aulas para ayudar a lograr la inclusión del alumnado con Trastorno Espectro Autista (TEA), y a su vez puede ayudar a todos y a todas su puesta en marcha, en aquellas aulas donde alumnado de este perfil vaya a trabajar. Y por supuesto se debe cuidar de que no existan barreras arquitectónicas en las diferentes dependencias del centro educativo.
  5. Dotar al departamento de orientación de todos los recursos necesarios. El departamento de orientación tiene un importante papel a la hora de detectar las necesidades educativas del alumnado, apoyar el desarrollo de la función tutorial en las aulas, promover la puesta en marcha de medidas que favorezcan la convivencia y la participación democrática de las personas, asesorar en metodologías de enseñanza-aprendizaje favorecedoras de contextos inclusivos, trabajar la transición del alumnado entre etapas educativas, y un largo etcétera. Es por ello que requiere disponer del espacio y de los recursos didácticos y materiales necesarios para poder llevar a cabo sus tareas. Eso incluye disponer de más de un orientador dentro del departamento para poder ofrecer la atención necesaria a toda la comunidad educativa, acorde a las necesidades del centro educativo.
  6. Formación permanente de la comunidad educativa. Para poder llevar a cabo todo esto, es necesario que la comunidad educativa reciba el asesoramiento y la capacitación necesaria para poder participar en las diversas metodologías de enseñanza-aprendizaje llevadas a cabo, utilizar los recursos educativos específicos y ayudas técnicas para apoyar el aprendizaje y la participación del alumnado, mejorar sus habilidades para trabajar en equipo, aprender nuevos métodos de enseñanza-aprendizaje, profundizar en las necesidades y pautas educativas para trabajar con determinados colectivos de alumnado, aprender estrategias comunicativas para poder trabajar con determinados colectivos (por ejemplo, el empleo de sistemas aumentativos y alternativos de la comunicación, SAAC), aprender a analizar e interpretar las diferentes culturas existentes, etc.
  7. Fomentar el liderazgo inclusivo. El liderazgo inclusivo es aquel que trabaja para mejorar las condiciones de aprendizaje del alumnado a partir de los principios de la educación inclusiva y que motiva a que se inicie un proceso de reflexión entre todos los miembros de la comunidad educativa con vistas a crear una escuela más inclusiva, y que toda la comunidad educativa se comprometa a lograrlo, superando sus dificultades, apoyándose mutuamente y coordinándose para lograr los objetivos comunes, así como comprometerse con los valores inclusivos. Para ello, se debe crear un clima de trabajo donde se fomente el respeto y el diálogo igualitario, la implicación y compromiso de la comunidad educativa, apostar por un modelo inclusivo, la promoción de valores inclusivos y democráticos, compartir un proyecto que apueste por el cambio y una preocupación por obtener los medios necesarios que permitan alcanzar nuestros propósitos.
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Antes de iniciar un proceso de transformación de un centro en una escuela inclusiva e intercultural, conviene realizar una evaluación de la situación de la educación inclusiva para conocer el punto de partida en el que nos encontramos. Entre los factores a evaluar, se encuentran los siguientes: la accesibilidad y las posibles barreras para el aprendizaje y la participación, la situación del trabajo en equipo, la formación de la comunidad educativa, el liderazgo, la participación y actitud de la comunidad educativa, las metodologías de enseñanza-aprendizaje, el currículum, la convivencia, etc. A partir de ello, se decide en qué aspectos se necesita trabajar más, aumentar la formación, qué recursos serán necesarios, o incluso en qué áreas podrían enfocarse las comisiones mixtas de trabajo, entre otras medidas educativas. Y por supuesto, cada cierto tiempo se deben evaluar los avances y progresos experimentados.

 

Rafael López Azuaga

 

Dr. Rafael López Azuaga

Licenciado en Psicopedagogía.

Nº Colegiado: 1370/76085471

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