D-Espacio… Del espacio del lápiz y papel, al papel del espacio.

Con su particular estilo, Raúl R. López Reyes reflexiona sobre la importancia de los espacios en los que educamos, su influencia en cómo nos hacen sentir y comportarnos, y la necesidad de transformar los espacios enfermos (que enferman) en espacios sanos (que sanan).

Imagen: Raúl R. López Reyes. “Agua, tierra, aire y fuego”

D-espacio…

Del espacio del lápiz y papel, al papel del espacio.

De los espacios enfermos que enferman, a los espacios sanos que sanan.

Vivimos tiempos en los que ya estamos pasando de mirar, a ver, y nos estamos abriendo (verdadera tarea), a percibir con todo nuestro cuerpo, a sentir. Y en Educación, estamos dejando de debatir sobre el aula como espacio del lápiz y papel, a tomar conciencia del papel del espacio como “el cuarto maestro” (“cuarto”, como ordinal y como cardinal, esto es, “cuarto” como habitáculo y como posición en el espacio); el espacio como factor interviniente fundamental en las situaciones de aprendizaje que ofrecemos al alumnado. La idea de este artículo es reflexionar sobre la importancia e influencia de los espacios en los que estamos y la necesidad de cambiarlos por su influencia en cómo nos hacen, no solamente sentirnos, sino por su-puesto comportarnos. Es la importancia para transformar los espacios enfermos que enferman en espacios sanos que sanan.

Los espacios que te tocan.

Es fácil dar por sentado que ciertos espacios siempre fueron así y que siempre seguirán siendo así… El bosque plantado de nuestros entornos, el campo, el colegio y mi aula… son y es como me la encontré, como si fuesen cosas naturalmente así, y no fruto de concepciones y creaciones culturales. Quien los creó, lo hizo según una ideología o cosmovisión propia, o la del momento.

Desde luego uno no se va a poner a cambiar nada que no crea poder cambiar, ya sea porque pensemos que no nos toca, que no nos influye, porque no se nos ocurra o porque no creamos que sean susceptibles de cambio.

Mi posición en el espacio.

No es el espacio, sino mi posición ante el mismo. No solo somos herederos de una realidad que nos toca (físicamente también), sino realmente co-creadores de la misma. No es el centro o el aula la que te han asignado y es como es, sino que seguirá siendo, o cambiará como tú la transformes en la medida de tus posibilidades individuales y colectivas, lo que no es baladí, ya que es el espacio donde vas a hacer vivir a tu alumnado y a ti misma/o un buen número de horas de tu vida.

¡Y sin mirar por las ventanas!

En relación con los comportamientos, actitudes y reacciones del alumnado, es necesario poner la mirada también sobre las causas extrínsecas que facilitan la aparición y mantenimiento de las mismas. Es necesario poner la mirada sobre los espacios, sistemas, en los que nos y les insertamos. Porque si patologizamos nuestra mirada atribuyendo la responsabilidad sobre determinado alumnado, perdemos el origen causal de la mayoría de las conductas disruptivas y hasta de supuestos trastornos de comportamiento, supuestos, ya que está demostrado que son nuestras diferentes propuestas espaciales las que facilitan, cuando no provocan, diferentes conductas y sentimientos… La forma del espacio, el contenido, su textura, sonido, luz, color… Y lo que permite (y permitimos o no), hacer o no hacer en ellos.

La arquitectura del espacio, no es siempre funcional porque no siempre cumple la función para la que fueron creados (o sí, pero no para la presunta función expresada, sino para otra función real y oculta, no aceptable, no ética). Y sus ondas de forma facilitan flujos de comunicación (no sólo, personales, sino también de información y sobre la creatividad), bidireccional o multidireccionalmente; o son fallidas ondas ya que dificultan e incluso topan, interrumpen la circulación de los mismos.

Las implicaciones de todo ello son importantes. Hay espacios sanos que sanan, y espacios enfermos que enferman. Pasemos y paseemos por algunos de ellos…

«Si patologizamos nuestra mirada atribuyendo la responsabilidad sobre determinado alumnado, perdemos el origen causal de la mayoría de las conductas disruptivas y hasta de supuestos trastornos de comportamiento…» Raúl R. López.

Espacios enfermos que enferman.

Espacios saturados, aulas abigarradas de estímulos en muebles y paredes, desde el suelo y por el suelo, hasta el techo y por el techo, una pre-tensión (yo diría directamente tensión) de introducir a presión (a modo de valla publicitaria continua) los contenidos, como si éstos tuvieran que ser introducidos, cuando se sabe que el abigarramiento de estímulos hace que el cerebro deje de percibirlos por saturación (el cerebro siempre hace desaparecer lo repetitivo que ha perdido vida porque la vida es cambio) y cuando el aprendizaje solamente se da cuando es vivido y creado por el propio alumnado.

Espacios invisibles, lugares del aula donde se aletarga al alumnado invisibilizado, al propio alumnado auto-invisibilizado, escondido o sobre-adaptado. Podría ser, pero no necesariamente, un lugar determinado en el espacio físico, sino en el espacio visual del adulto, más que en su mirada fruncida, en su no mirada, lo que es peor.

Los espacios oscuros, son aquellos que están fuera del alcance de los ojos de los docentes. No desde la mirada cerrada, fruncida y amenazadora, sino desde la mirada abierta que da vida y limpia, porque ve y reconoce la esencia de lo que hay; una mirada cuya ausencia permite que esos espacios ciegos sean ocupados por un no color, y un otro comportamiento consecuente a ese escenario, un lugar para el conflicto, cuya responsabilidad ya no es sólo pues, del alumnado.

Hay espacios que aun existiendo en los centros docentes, no son usados, tales como almacenes, pero también, pasillos, etc. son por tanto los “espacios perdidos”, como se pierden las posibilidades alternativas que nos ofrecen los materiales también olvidados que no guardan, sino que almacenan para no ser nunca más vistos. Materiales que llegan a ser difícilmente accesibles, debido a que estos espacios sufren del Síndrome de Diógenes, acumulando todo tipo de materiales ya muertos, que tienen un efecto no solamente de barrera sino que son un foco de real contaminación.

«Los no lugares», término tomado del sociólogo polaco Zygmunt Bauman, son espacios donde no se concede el espacio para la vida, es decir, la expresión del alumnado. Son las “aulasmuertas” de las que nos habla Mireia Long, en sus palabras: aulas de niños quietos, bien sentados y en silencio (… para que) pasivamente, escuche, asimile, reproduzca o trabaje en solitario y sin hablar con los demás. Es lo que ella describe como el «ambiente de tumbas».

Y si tras tres horas de ese ambiente de tumbas les llevamos a lo que he venido en denominar “los cementerios” como creencia de mejor lugar para su descanso y aprendizaje (cementerio = espacio pleno de cemento, en algunos colegios también llamado patio o recreo), tenemos entonces el bucle negativo perfecto. En relación con estos patios, Joder Tolja, nos recuerda que el problema es que los proyectistas desconocen el efecto que van a crear. Ante una plaza de cemento el sistema nervioso interpreta que está inmerso en algo duro y escoge una actitud de alarma, el cuerpo no se relaja, y sí lo hace en presencia de agua o tierra.

Espacios sanos que sanan.

Frente a estos descritos espacios enfermos que enferman, crear espacios sanos, es reconocerles abriéndonos a las sensaciones que percibimos ante (porque basta con imaginarles) y en ellos.

Espacios naturales, verdes, abiertos a la naturaleza, vivos y para la vida, donde el cemento ya se deshace transformado en huerto, agua, maderas y tierras, o en el regalo de miríadas de granitos de arena; donde los niños y niñas puedan vivir y observar, y sentir aceptados, sus tacto, su olfato, su gusto… sus cuerpos (y no sólo su mente), sus movimientos (conscientes y no conscientes), y emociones.

Hablar de espacios sanos, es hablar d-espacio en lo referente a los tiempos; es decir, tener otros ritmos a los actuales, un parar para hablar, mirar, ver, percibir y… sentir. Porque necesitamos parar, y espacios y tiempos para parar, no es el re-creo (como nos recuerda José María Toro), el tiempo necesario para volver a crear y crearnos tras tiempo des-corporados, disgregados, separados y perdidos de nosotros mismos, sino que permaneciendo enteros, seguir aprendiendo hacia adentro.

Hablar d-espacio es un pasar del espacio interior del aula, al espacio interior del alumnado y por ende del adulto.

«Hablar de espacios sanos, es hablar d-espacio en lo referente a los tiempos…» Raúl R. López

Para ello es necesario crear espacios cóncavos, aquellos espacios físicos, acogedores, inclusivos porque recogen y te recogen, cálidos, armoniosos, musicales y luminosos, que nos facilitan ir convergiendo hacia nuestro interior. Porque lo importante, no es sólo aprender, es aprehendernos.

No se trata de espacios en los que estar, sino de espacios a habitar. La invitación es trabajar por el cuidado, la creación de la sutil belleza de las formas, la armonía de su organización, y multiplicar la apertura que provoca en nosotros y en ellos, ligando (porque está unido) mi pequeña y viva aula, mi pequeño espacio y lugar, a la belleza de tantos espacios de nuestro también pequeño y vivo planeta.

Al igual que no hay un yo independiente de un nosotros, no hay un afuera separado de un adentro (pero sí una piel, una frontera o límite que permite el sano rítmico pedaleo del contacto y la retirada). El espacio exterior está inexorablemente unido al espacio interior. Hablar de espacios sanos que sanan, es también hablar del reconocimiento y respeto al espacio personal, espacios para las necesidades también de aislamiento, de silencio (las palabras ocupan demasiado espacio en el aula), de toma de contacto con una misma; es decir, reconocer los espacios sutiles, más profundos y altos, de cada uno.

 

5 - Raúl R. López Reyes

Raúl R. López Reyes

Psicólogo. Psicoterapeuta gestáltico en Huelva.

Orientador educativo entre 1988 y 2017.

Dirige la página de Facebook “Orientación educativa sistémica”.

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